septiembre 21, 2011

LA ULTIMA NOCHE DEL MUNDO


La Ultima Noche del Mundo
By Toto Colina

           (Ésta historia comienza en lo alto de una montaña).    Érase una vez lo alto de una montaña que fue acariciada por un amanecer, el mismo en el que preguntaste mi nombre. El color mas hermoso del crepúsculo se encontraba sobre nosotros. Tu nombre: lo recordaba del futuro. Miré tus ojos por primera vez.   Desde lo alto de una montaña todo se veía como si fuera el dueño del mundo, podía manejar todo a mi antojo, todo lo podía controlar. Miré tus ojos por primera vez-Tus ojos me miraron por primera vez.  Cuando el crepúsculo cesaba mi rostro cambió, el notarlo llevó tus dedos a mi boca, tus dedos llevaron mi boca a tu boca, el primer beso del mundo.

Caminábamos, de pronto, tomados de la mano por una inmensa pradera donde el sol resplandecía intenso, el momento del sol que tu me enseñaste como hora dorada. Para nosotros. El trigo bailaba suave con el viento que soplaba suave.

                                                                                                                     (En lo alto de la montaña comenzó a soplar un viento suave). Intensamente suave el susurro del viento me descifró tu nombre: el que venía cargando años atrás. Me hablaste certeramente y  te seguí, te escuché, creí en ti. Con el sonido del viento abandoné mi cuerpo y decidí bajar hacia las faldas de la montaña donde me esperabas, tranquilo.

Imagina la escena: un piano de fondo abrazando un violín acompañados por el sonido de la noche, el que hoy me recuerda a ti y no se porqué. Millones de pensamientos atravesándome como cuchillos que se clavaron en mi cuerpo, rebanándome la cabeza, la caricia suave del viento acariciando-recor/riendome. El recuerdo que me acecha. Los fantasmas que ahora se quedaron pegados al papel.

                                                                                                                         (Una puerta). La puerta arriba se azotó fuerte detrás de mí, dejándome fuera de casa. No había retorno. No regresaría, ni por el mismo camino, ni contigo.       Lo que primero me llevó escaleras abajo fue el susurro de lo que fui,  me habló del pasado, platiqué con mi pasado, me contó como llegué hasta lo alto de una montaña. Me pidió que me fuera, que lo abandonara, me pidió que le hiciera caso a la canción del muchacho y eso hice. Seguí bajando y no volví a saber de él.  Ésta vez me encontré con un espejo que reflejaba toda la arrogancia mezclada con toda mi luz y lo que hace que de mi la gente se enamore, todas esas cosas que hay en mi y que son fascinantes para los ojos de los demás. Todo eso que para mi se convirtió en el peor monstruo que me haya habitado jamás. El espejo tenía tu nombre, que para ese entonces ya se parecía al mío. Te miré por primera vez.

Caminábamos línea recta por la inmensa pradera. Ante nosotros: la nada. La hora dorada parecía intacta. Una fotografía. Para nosotros. Nos guiamos, nos cuidamos.

                                                                                                                           (Escaleras abajo). Escaleras abajo me encontré con los momentos mas hermosos que había vivido jamás, con los olores que hasta hoy parecen regresar a mi y transportarme hacia la sensación de plenitud que tuve en esos momentos. Dos plumas, una en tu cuello, la otra en mi espalda. Las que el amor engendra. Pero aun no llegaba a ti. Me despedí de todo(s).  –lo que se tiene que dejar para llegar hasta donde se desea-

La inmensa pradera parecía de pronto congelada, hacía un viento helado, intensamente helado. El trigo que alguna vez bailó para nosotros nos observaba ahora inmóvil, asustado. Dos monstruos. Dos animales. Dos mitades unidas por nuestras manos frías, congeladas. La hora dorada era ahora de un intenso naranja que días después descubrimos había sido provocado por una radiación proveniente de Japón. Un naranja extraordinario ¿te acuerdas?. Silencio. Todo permaneció en silencio, el silencio que nos ensordeció.
Oscurece
.
.
.
.
.


(contigo).                                                                                                                                  Estando ya en las faldas de la montaña, contigo, ya no te veías como te había visto desde lo alto de una montaña, ya no eras como te había conocido. Ya no tocaron tus dedos mi boca, ni la llevaron a tu boca. Te regale todo lo mío, pero todo lo mío no te bastó, así como a mi no me bastó que me regalaras todo lo tuyo. Violentamente tocaste mi espalda y me llevaste por un camino que solo tu conocías  (pensamos que lo conocías), por donde llegaríamos victoriosos hacia... ¿hacia donde?. Me llevabas, tomado por la espalda, tan velozmente que en alguno de los escalones arriba tropecé. Te adelantaste mientras yo me levantaba, solo. Ahora estaba detrás de ti. Te seguí.  Silencio. Frente a nosotros (yo detrás de ti) la puerta que se había cerrado detrás de mí al inicio de mi viaje, era la misma que ahora tu abrías. Yo no podía ver claramente. Ceguera pasional. Solo alcanzaba a distinguir siluetas de otros y la tuya, que conocía por olfato, entre las demás. Recordaba bien tu rostro, tus ojos estaban bien grabados en mi recuerdo. Tu boca no tocó mi boca. Tu boca se postró suave sobre mi frente. –hoy ya no te amo, mi amor-. Lentamente, cerrabas la puerta frente a mi. No hiciste ruido para que no sintiera como te ibas. Lo siento. El sonido ensordecedor del silencio inundó mi cuerpo, que yacía acostado en un riachuelo de agua fría, mis dedos se tocaban entre si. Lo oceánico. Te miré por última vez. La última noche del mundo.

Nuestras manos ya congeladas en su totalidad se quebraron al fin. Mutilados nos miramos fijamente. El primero en apartar la mirada fuiste tu. No volvieron tus ojos a verse reflejados en los míos. (tus ojos siguen bien grabados en mi recuerdo)

El llanto de un violín lejano lamentándose por la partida de un piano. Una pena irremediable.

(encerrado). Escuché el sonido de tus pasos alejarse, subiendo, abriendo y cerrando puertas. Intenté abrir la puerta pero todo era inútil. Cualquier intento que realizara no funcionaría. Sin fuerza y casi ciego permanecí paciente. Violento. Esperé el momento en que regresaras por mi.    En el calabozo aprendí a distraerme. Encadenado aprendí a liberarme. Comprendí que aquel lugar al que pertenecimos se había borrado –lo borramos- lentamente, mientras creíamos que lo construíamos.

Tu figura que se alejaba, dándome la espalda se hacía cada vez mas pequeña, permanecí pacientemente violento hasta justo antes del momento en el que, por la distancia, te hicieras un punto. No sucedió. Una fuerte ráfaga, en forma de una voz lejana tocó mis oídos y me recorrió el cuerpo entero, mi propia voz que con sus manos suaves volteó mi cabeza hacia ella y me llevó tiernamente hasta donde se encontraba.




En realidad nunca existió lo alto de una montaña, nunca existieron las escaleras, ni las puertas azotándose, abriéndose y cerrándose. En realidad nunca existimos ni tu ni yo, y no niego nuestra historia en mi historia. Lo único que al final existió fue la pradera, vacía, y mi voz llamándome. La misma voz que ésta noche, después de la de ayer, me deja escribir-te éste cuento que no es de hadas.